22 dic 2021

la noche en que batalla el cuerpo





De madrugada muy fresquito, sin molestia ninguna, respirando profundamente, nada me dolía,

parecía no tener ya nada... retozando feliz en la cama


en eso, una tos seca en metralleta me puso en alerta, ¡Oh!

corriendo a por el termómetro de mercurio,

38,9 ºC



rápido a bajarlo con paracetamol




con lo bien que estaba...


una vez más, del cuerpo nunca hay que fiarse
porque en un instante puede llevarte a un oasis imaginario, 
un espejismo  febril mortal





algo más que una imaginaria es este ataque chino sobre occidente,
acabaremos sabiéndolo.





18 dic 2021

Ineffabilis Deus



«... declaramos, afirmamos y definimos que ha sido revelada por Dios, y de consiguiente, que debe ser creída firme y constantemente por todos los fieles, la doctrina que sostiene que la santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original, en el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, salvador del género humano»

PÍO IX, Ineffabilis Deus (1864), núm. 18.













El día 13 de julio de 1917 la Virgen María dijo:




«Cuando veáis una noche iluminada por una luz desconocida, sabed que es la gran señal que Dios os da de que va a castigar al mundo por sus crímenes, por medio de la guerra, del hambre y de las persecuciones a la Iglesia y al Santo Padre. Para impedirla, vendré a pedir la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón y la Comunión reparadora de los Primeros Sábados. Si se atienden mis deseos, Rusia se convertirá y habrá paz; si no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones a la Iglesia. Los buenos serán martirizados y el Santo Padre tendrá mucho que sufrir; varias naciones serán aniquiladas. Por fin mi Inmaculado Corazón triunfará. El Santo Padre me consagrará a Rusia, que se convertirá, y será concedido al mundo algún tiempo de paz»







Lucía en Tuy, el 13 de junio de 1929 concretó su pedido:

«Ha llegado el momento en el que Dios pide al Santo Padre que haga, en unión con todos los Obispos del mundo, la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón, prometiendo salvarla por este medio. Son tantas las almas que la justicia de Dios condena por pecados cometidos contra Mí, que vengo a pedir reparación; sacrifícate por esta intención y reza»












Confitado


alegría

 

16 dic 2021

C O N F I N A D O, la vida sin fin

 

Aquí estoy, y debo estar 10 días confinado a la espera de que salga el bisho por las orejas o haya pasado el peligro.






La Divina Providencia, que es Amor, nos asiste y dirige irreversiblemente a nuestro fin. Con ello nos basta.





El amable rastreador del servicio terrorista cántabro de salú se mostró sorprendido por no estar yo inyectado, no sabe el pobre, que aquí manda la Voluntad de Dios y que Él sabe bien cómo tener a sus ovejas y cuándo revisarlas, probarlas o llamarlas.

No hace mucho rumié en el Oficio esto de



San Cipriano, obispo y mártir


Tratado sobre la muerte 18,24.26

"Nunca debemos olvidar que nosotros no hemos de cumplir nuestra propia voluntad, sino la de Dios, tal como el Señor nos mandó pedir en nuestra oración cotidiana. 

¡Qué contrasentido y qué desviación es no someterse inmediatamente al imperio de la voluntad del Señor, cuando él nos llama para salir de este mundo! 

Nos resistimos y luchamos, somos conducidos a la presencia del Señor como unos siervos rebeldes, con tristeza y aflicción, y partimos de este mundo forzados por una ley necesaria, no por la sumisión de nuestra voluntad; y pretendemos que nos honre con el premio celestial aquel a cuya presencia llegamos por la fuerza. 

¿Para qué rogamos y pedimos que venga el reino de los cielos, si tanto nos deleita la cautividad terrena? 

¿Por qué pedimos con tanta insistencia la pronta venida del día del reino, si nuestro deseo de servir en este mundo al diablo supera al deseo de reinar con Cristo?


Si el mundo odia al cristiano,

 ¿por qué amas al que te odia, y no sigues más bien a Cristo, que te ha redimido y te ama?

 Juan, en su carta, nos exhorta con palabras bien elocuentes a que no amemos al mundo ni sigamos sus apetencias de la carne: No améis al mundo - dice- ni lo que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, no está en él el amor del Padre. Porque lo que hay en el mundo -las pasiones de la carne y la codicia de los ojos y la arrogancia del dinero-, eso no procede del Padre, sino que procede del mundo. Y el mundo pasa, con sus pasiones. Pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre. Procuremos más bien, hermanos muy queridos, con una mente íntegra, con una fe firme, con una virtud robusta, estar dispuestos a cumplir la voluntad de Dios, cualquiera que ésta sea; rechacemos el temor a la muerte con el pensamiento de la inmortalidad que la sigue. Demostremos que somos lo que creemos.

Debemos pensar y meditar, hermanos muy amados, que hemos renunciado al mundo y que, mientras vivimos en él, somos como extranjeros y peregrinos. Deseemos con ardor aquel día en que se nos asignará nuestro propio domicilio, en que se nos restituirá al paraíso y al reino, después de habernos arrancado de las ataduras que en este mundo nos retienen. El que está lejos de su patria natural que tenga prisa por volver a ella. Para nosotros, nuestra patria es el paraíso; allí nos espera un gran número de seres queridos, allí nos aguarda el numeroso grupo de nuestros padres, hermanos e hijos, seguros ya de su suerte, pero solícitos aún de la nuestra. Tanto para ellos como para nosotros, significará una gran alegría el poder llegar a su presencia y abrazarlos; la felicidad plena y sin término la hallaremos en el reino celestial, donde no existirá ya el temor a la muerte, sino la vida sin fin.

Allí está el coro celestial de los apóstoles, la multitud exultante de los profetas, la innumerable muchedumbre de los mártires, coronados por el glorioso certamen de su pasión; allí las vírgenes triunfantes, que, con el vigor de su continencia, dominaron la concupiscencia de su carne y de su cuerpo; allí los que han obtenido el premio de su misericordia, los que practicaron el bien, socorriendo a los necesitados con sus bienes, los que, obedeciendo el consejo del Señor, trasladaron su patrimonio terreno a los tesoros celestiales. Deseemos ávidamente, hermanos muy amados, la compañía de todos ellos. Que Dios vea estos nuestros pensamientos, que Cristo contemple este deseo de nuestra mente y de nuestra fe, ya que tanto mayor será el premio de su amor, cuanto mayor sea nuestro deseo de él."


 


9 dic 2021

San Juan Diego



Diez años después de la conquista y cuando se iniciaba lentamente la evangelización de estas tierras, el Sábado 9 de Diciembre de 1531, muy de mañana, Juan Diego que tenía pocos años de haberse convertido y bautizado, natural del pueblo de Cuauhtitlán, que había sido casado con una india llamada María Lucía y que en este tiempo vivían en el pueblo de Tulpetlac con su tío Juan Bernardino, se dirigía a la Misa Sabatina de la Virgen María y al catecismo, a la “doctrina” en Tlatelolco, atendida por los franciscanos del primer convento que entonces se había erigido en la Ciudad de México.

Cuando el humilde indio llegó a las faldas del cerro llamado Tepeyac, de repente escuchó cantos preciosos, armoniosos y dulces que venían de lo alto del cerro, le pareció que eran coros de distintas aves que se respondían unos a otros en un concierto de extraordinaria belleza, observó una nube blanca y resplandeciente, y que se alcanzaba a distinguir un maravilloso arcoíris de diversos colores. El indio quedó absorto y fuera de sí por el asombro y “se dijo ¿Por ventura soy digno, soy merecedor de lo que oigo? ¿Quizá nomás lo estoy soñando? ¿Quizá solamente lo veo como entre sueños? ¿Dónde estoy? ¿Dónde me veo? ¿Acaso allá donde dejaron dicho los antiguos nuestros antepasados, nuestros abuelos: en la tierra de las flores, en la tierra del maíz, de nuestra carne, de nuestro sustento, acaso en la tierra celestial? Hacia allá estaba viendo, arriba del cerrillo, del lado de donde sale el sol, de donde procedía el precioso canto celestial.” 

Estando en este arrobamiento, de pronto, cesó el canto, y oyó que una voz como de mujer, dulce y delicada, le llamaba, de arriba del cerrillo, le decía por su nombre: «Juanito, Juan Dieguito». Sin ninguna turbación, el indio decidió ir a donde lo llamaban, alegre y contento comenzó a subir el cerrillo y cuando llegó a la cumbre se encontró con una bellísima Doncella que allí lo aguardaba de pie y lo llamó para que se acercara. Y cuando llegó frente a Ella se dio cuenta, con gran asombro, de la hermosura de su rostro, su perfecta belleza, “su vestido relucía como el sol, como que reverberaba, y la piedra, el risco en el que estaba de pie, como que lanzaba rayos; el resplandor de Ella como preciosas piedras, como ajorca (todo lo más bello) parecía: la tierra como que relumbraba con los resplandores del arcoíris en la niebla. Y los mezquites y nopales y las demás hierbecillas que allá se suelen dar, parecían como esmeraldas. Como turquesa aparecía su follaje. Y su tronco, sus espinas, sus aguates, relucían como el oro.” Todo manifestaba la presencia divina.

Ante Ella, Juan Diego se postró, y escuchó la voz de la dulce y afable Señora del Cielo, en idioma Mexicano, “le dijo: «Escucha, hijo mío el menor, Juanito. ¿A dónde te diriges?» Y él le contestó: «Mi Señora, Reina, Muchachita mía, allá llegaré, a tu casita de México Tlatelolco, a seguir las cosas de Dios que nos dan, que nos enseñan quienes son las imágenes de Nuestro Señor, nuestros Sacerdotes.»”  De esta manera, dialogando con Juan Diego, la preciosa Doncella le manifestó quién era y su voluntad “«Sábelo, ten por cierto, hijo mío el más pequeño, que yo soy la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios por quien se vive, el creador de las personas, el dueño de la cercanía y de la inmediación, el dueño del cielo, el dueño de la tierra. Mucho quiero, mucho deseo que aquí me levanten mi casita sagrada, en donde lo mostré, lo ensalzaré al ponerlo de manifiesto: lo daré a las gentes en todo mi amor personal, en mi mirada compasiva, en mi auxilio, en mi salvación: porque yo en verdad soy vuestra madre compasiva, tuya y de todos los hombres que en esta tierra estáis en uno, y de las demás variadas estirpes de hombres, mis amadores, los que a mí clamen, los que me busquen, los que confíen en mí, porque ahí escucharé su llanto, su tristeza, para remediar, para curar todas sus diferentes penas, sus miserias, sus dolores. Y para realizar lo que pretende mi compasiva mirada misericordiosa, anda al palacio del Obispo de México, y le dirás cómo yo te envío, para que le descubras cómo mucho deseo que aquí me provea de una casa, me erija en el llano mi templo; todo le contarás, cuanto has visto y admirado, y lo que has oído.” Y la Señora del Cielo le hace una especial promesa: “ten por seguro que mucho lo agradeceré y lo pagaré, que por ello te enriqueceré, te glorificaré;  y mucho de allí merecerás con que yo retribuya tu cansancio, tu servicio con que vas a solicitar el asunto al que te envío.” 

Así, de esta manera tan sublime, la Señora del cielo envía a Juan Diego como su mensajero ante la cabeza de la Iglesia en México, el obispo fray Juan de Zumárraga. El humilde y obediente Juan Diego se postró por tierra y pronto se puso en camino, derecho a la Ciudad de México, para cumplir el deseo de la Señora del Cielo.

Llegó a la casa del obispo, el franciscano fray Juan de Zumárraga, y le pidió a los servidores y ayudantes que le avisaran que traía un mensaje para él, pero estos al verlo tan pobre y humilde, simplemente, lo ignoraron y lo hicieron esperar; pero Juan Diego, con infinita paciencia, estaba dispuesto ha cumplir con su misión así que esperó, hasta que por fin le avisaron al Obispo y este pidió que lo trajeran a su presencia. Juan Diego entró y se arrodilló ante él, inmediatamente le comunicó todo lo que admiró, contempló y escuchó, le dijo puntualmente el mensaje de la Señora del Cielo, la Madre de Dios, que le había enviado y cual era su voluntad. El Obispo escuchó al indio incrédulo de sus palabras, juzgando que era parte de la imaginación del indio, máxime que era un recién convertido, y aunque le hizo muchas preguntas acerca de lo que había referido, y captó que era constante y claro su mensaje, de todos modos no hizo mucho aprecio a sus palabras; así que lo despidió, si bien con respeto y cordialidad, pero sin darle crédito a lo que le había dicho; el Obispo se tomaría un tiempo para reflexionar sobre este mensaje. Salió el indio de la casa del Obispo muy triste y desconsolado, ya que se dio cuenta que no se le había dado crédito ni fe a sus palabras, como por no haber podido fructificar la voluntad de María Santísima.

Juan Diego regresó al cerrillo al mismo punto en donde se le había aparecido la Madre de Dios “y en cuanto la vio, ante Ella se postró, se arrojó por tierra, le dijo: «Patroncita, Señora, Reina, Hija mía la más pequeña, mi Muchachita, ya fui a donde me mandaste a cumplir tu amable aliento, tu amable palabra; aunque difícilmente entré a donde es el lugar del Gobernante Sacerdote, lo vi, ante él expuse tu aliento, tu palabra, como me lo mandaste. Me recibió amablemente y lo escuchó perfectamente, pero, por lo que me respondió, como que no lo entendió, no lo tiene por cierto. Me dijo: «Otra vez vendrás; aún con calma te escucharé, bien aun desde el principio veré por lo que has venido, tu deseo, tu voluntad».” Juan Diego entendió que el obispo pensaba que le mentía o que fantaseaba, y con toda humildad le dice a la Señora del Cielo: “«mucho te suplico, Señora mía, Reina, Muchachita mía, que a alguno de los nobles, estimados, que sea conocido, respetado, honrado, le encargues que conduzca, que lleve tu amable aliento, tu amable palabra para que le crean. Porque en verdad yo soy un hombre del campo, soy mecapal, soy parihuela, soy cola, soy ala; yo mismo necesito ser conducido, llevado a cuestas, no es lugar de mi andar ni de mi detenerme allá a donde me envías. Virgencita mía, Hija mía menor, Señora, Niña; por favor dispénsame: afligiré con pena tu rostro, tu corazón; iré a caer en tu enojo, en tu disgusto, Señora Dueña mía».” 

La Reina del Cielo escuchó con ternura y bondad, y con firmeza le respondió al indio: “«Escucha, el más pequeño de mis hijos, ten por cierto que no son escasos mis servidores, mis mensajeros, a quien encargue que lleven mi aliento, mi palabra, para que efectúen mi voluntad; pero es necesario que tú, personalmente, vayas, ruegues, que por tu intercesión se realice, se lleve a efecto mi querer, mi voluntad. Y mucho te ruego, hijo mío el menor, y con rigor te mando, que otra vez vayas mañana a ver al Obispo. Y de mi parte hazle saber, hazle oír mi querer, mi voluntad, para que realice, haga mi templo que le pido. Y bien, de nuevo dile de qué modo yo, personalmente, la siempre Virgen Santa María, yo, que soy la Madre de Dios, te mando».” 

Juan Diego, todavía entristecido por lo que había sucedido, se despidió de la Señora del Cielo asegurándole que al día siguiente realizaría su voluntad, aunque guardaba la duda de que fuera creída su palabra, aún así, le aseguró que obedecería y esperaría; se despidió de María Santísima y se fue a su casa a descansar.

Al día siguiente, Domingo diez de diciembre, Juan Diego se preparó muy temprano y salió directo a Tlatelolco, y después de haber oído Misa y asistir a la catequesis, se dirigió a la casa del Obispo, en donde, nuevamente, los ayudantes del obispo lo hicieron esperar mucho tiempo; al entrar ante él, Juan Diego se arrodilló y entre lágrimas le comunicó la voluntad de la Señora del Cielo, certificándole que se trataba de la Madre de Dios, la Siempre Virgen María y que pedía le edificase su casita sagrada en aquel lugar del Tepeyac. El Obispo lo escuchó con gran interés, pero para certificar la verdad del mensaje de Juan Diego le hizo varias preguntas acerca de lo que afirmaba, de cómo era esa Señora del Cielo, de todo lo que había visto y escuchado. El Obispo comenzó a comprender que no era posible que hubiera sido un sueño o una fantasía lo que Juan Diego le refería, pero le pidió una señal para constatar la verdad de las palabras del indio. Juan Diego, sin turbarse, aceptó ir con María Santísima con la petición del Obispo. Al tiempo que Juan Diego se ponía en marcha, el Obispo mandó dos personas de su entera confianza que vigilaran a Juan Diego y que, sin perderlo de vista, lo siguieran para saber a dónde se dirigía y con quién hablaba. Juan Diego llegó a un puente en donde pasaba un río, y ahí los sirvientes lo perdieron de vista y, por más que lo buscaron, no lograron encontrarlo; los sirvientes estaban muy molestos por lo que había sucedido y, al regresar, le dijeron al Obispo que Juan Diego era un embaucador, mentiroso y hechicero y le advirtieron que no le creyera que sólo lo engañaba por lo que, si volvía, merecía ser castigado.

Mientras tanto, Juan Diego había llegado nuevamente al Tepeyac y encontró a María Santísima que lo aguardaba; Juan Diego se arrodilló ante Ella y le comunicó todo lo que había acontecido en la casa del Obispo; quien le preguntó minuciosamente todo lo que había visto y oído, y le pidió una señal para que pudiera dar crédito a su mensaje.

María Santísima le agradeció a Juan Diego la diligencia e interés que había demostrado para cumplir su voluntad con palabras amables y llenas de cariño, y le mandó que regresara al día siguiente al mismo lugar y que ahí le daría la señal que solicitaba el Obispo.

Al día siguiente, Lunes once de Diciembre, Juan Diego no pudo volver ante la Señora del Cielo para llevar la señal al Obispo; pues su tío, de nombre Juan Bernardino, a quien amaba entrañablemente como si fuera su mismo padre, estaba gravemente enfermo de lo que los indios llamaban Cocoliztli; buscó un médico para lograr su curación pero no logró encontrar a nadie. Ya de madrugada, el Martes doce de Diciembre, el tío le rogó a su sobrino que se dirigiera al Convento de Santiago Tlatelolco a llamar a uno de los Religiosos para que lo confesase y preparase porque era consciente de que le quedaba poco tiempo de vida. Juan Diego se dirigió presuroso a Tlatelolco para cumplir la voluntad del moribundo y habiendo llegado cerca del sitio en donde se le aparecía la Señora del Cielo, reflexionó con candidez, que era mejor desviar sus pasos por otro camino, rodeando el cerro del Tepeyac por la parte Oriente y, de esta manera, no entretenerse con Ella y poder llegar lo más pronto posible al convento de Tlatelolco, pensando que más tarde podría regresar ante la Señora del Cielo para cumplir con llevar la señal al Obispo.

Pero María Santísima bajó del cerro y pasó al lugar donde mana una fuente de agua aluminosa, salió al encuentro de Juan Diego y le dijo: “«¿Qué pasa, el más pequeño de mis hijos? ¿A dónde vas, a dónde te diriges?»”.  El indio quedó sorprendido, confuso, temeroso y avergonzado, y le respondió con turbación y postrado de rodillas: “«Mi Jovencita, Hija mía la más pequeña, Niña mía, ojalá que estés contenta: ¿Cómo amaneciste? ¿Acaso sientes bien tu amado cuerpecito, Señora mía, Niña mía? Con pena angustiaré tu rostro, tu corazón: te hago saber, Muchachita mía, que está muy grave un servidor tuyo, tío mío. Una gran enfermedad se le ha asentado, seguro que pronto va a morir de ella. Y ahora iré de prisa a tu casita de México, a llamar a algún de los amados de Nuestro Señor, de nuestros Sacerdotes, para que vaya a confesarlo y a prepararlo; que vinimos a esperar el trabajo de nuestra muerte. Mas, si voy a llevarlo a efecto, luego aquí otra vez volveré para ir a llevar tu aliento, tu palabra, Señora, Jovencita mía. Te ruego me perdones, tenme todavía un poco de paciencia, porque con ello no te engaño, Hija mía la menor, Niña mía, mañana sin falta vendré a toda prisa».” 

María Santísima escuchó la disculpa del indio con apacible semblante; comprendía, perfectamente, el momento de gran angustia, tristeza y preocupación que vivía Juan Diego, pues su tío, un ser tan querido, se encontraba moribundo; y es precisamente en este momento en donde la Madre de Dios le dirige unas de las más bellas palabras, las cuales penetraron hasta lo más profundo de su ser:

«Escucha, ponlo en tu corazón, Hijo mío el menor, que no es nada lo que te espantó, lo que te afligió; que no se perturbe tu rostro, tu corazón; no temas esta enfermedad ni ninguna otra enfermedad, ni cosa punzante aflictiva. ¿No estoy aquí yo, que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy yo la fuente de tu alegría? ¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos? ¿Tienes necesidad de alguna otra cosa?»” Y la Señora del Cielo le aseguró: “«Que ninguna otra cosa te aflija, te perturbe; que no te apriete con pena la enfermedad de tu tío, porque de ella no morirá por ahora. Ten por cierto que ya está bueno».”

Y efectivamente, en ese preciso momento, María Santísima se encontró con el tío Juan Bernardino dándole la salud, de esto se enteraría más tarde Juan Diego.

Juan Diego tuvo fe total en lo que le aseguraba María Santísima, la Reina del Cielo, así que consolado y decidido le suplicó inmediatamente que lo mandara a ver al Obispo, para llevarle la señal de comprobación, para que creyera en su mensaje.

La Virgen Santísima le mandó que subiera a la cumbre del cerrillo, en donde antes se habían encontrado; y le dijo: “«Allí verás que hay variadas flores: córtalas, reúnelas, ponlas todas juntas: luego baja aquí; tráelas aquí, a mi presencia».”

Juan Diego inmediatamente subió al cerrillo, no obstante que sabía que en aquel lugar no habían flores, ya que era un lugar árido y lleno de peñascos, y sólo había abrojos, nopales, mezquites y espinos; además, estaba haciendo tanto frío que helaba; pero cuando llegó a la cumbre, quedó admirado ante lo que tenía delante de él, un precioso vergel de hermosas flores variadas, frescas, llenas de rocío y difundiendo un olor suavísimo; y poniéndose la tilma o ayate a la manera acostumbrada de los indios, comenzó a cortar cuantas flores pudo abarcar en el regazo de su ayate. Inmediatamente bajó el cerro llevando su hermosa carga ante la Señora del Cielo.

María Santísima tomó en sus manos las flores colocándolas nuevamente en el hueco de la tilma de Juan Diego y le dijo: “«Mi hijito menor, estas diversas flores son la prueba, la señal que llevarás al Obispo; de mi parte le dirás que vea en ellas mi deseo, y que por ello realice mi querer, mi voluntad; y tú …, tú que eres mi mensajero…, en ti absolutamente se deposita la confianza; y mucho te mando con rigor que nada mas a solas, en la presencia del Obispo extiendas tu ayate, y le enseñes lo que llevas; y le contarás todo puntualmente, le dirás que te mandé que subieras a la cumbre del cerrito a cortar flores, y cada cosa que viste y admiraste, para que puedas convencer al Obispo, para que luego ponga lo que está de su parte para que se haga, se levante mi templo que le he pedido».”

Y dicho esto, la Virgen María despidió a Juan Diego. Quedó el indio tranquilo en su corazón, muy alegre y contento con la señal, porque entendió que tendría éxito y surtiría efecto su embajada, y cargando con gran tiento las rosas sin soltar alguna, las iba mirando de rato en rato, gustando de su fragancia y hermosura.

Juan Diego llegó a la casa del Obispo, y suplicó al portero y a los demás servidores que le dijeran al Obispo que deseaba verlo; pero ninguno quiso; fingían que no entendían, quizá porque todavía estaba oscuro, o porque ya lo conocían, o que nomás los molestaba y los importunaba. Juan Diego espero por un larguísimo tiempo; y cuando los sirvientes vieron que el indio todavía seguía ahí, sin hacer nada, esperando que lo llamaran, y observando también que algo cargaba en su tilma, se acercaron para ver que traía. Juan Diego no pudo ocultarles lo que llevaba, pues podrían empujarlo y hasta maltratar las flores, así que abriendo un poquito la tilma, se dieron cuenta que eran preciosas flores que despedían un perfume maravilloso. Y quisieron agarrar unas cuantas, tres veces lo intentaron, pero no pudieron, porque cuando hacían el intento ya no podían ver las flores, sino que las veían como si estuvieran pintadas, o bordadas, o cosidas en la tilma.

Inmediatamente fueron a decirle al Obispo lo que habían visto; y cómo deseaba verlo el indito que otras veces había venido, y que ya hacía muchísimo rato que estaba allí aguardando el permiso, porque quería verlo. Y el Obispo, en cuanto lo oyó, comprendió que Juan Diego portaba la prueba para convencerlo, para poner en obra lo que solicitaba el indio. Enseguida dio orden de que pasara a verlo. Y Juan Diego habiendo entrado, en su presencia se postró, como ya antes lo había hecho; de nuevo le contó lo que había visto, admirado y su mensaje.

Y en ese momento, Juan Diego entregó la señal de María Santísima extendiendo su tilma, cayendo en el suelo las preciosas flores; y se vio en ella, admirablemente pintada, la Imagen de María Santísima, como se ve el día de hoy, y se conserva en su sagrada casa. El Obispo Zumárraga, junto con su familia y la servidumbre que estaba en su entorno, sintieron una gran emoción, no podían creer lo que sus ojos contemplaban, una hermosísima Imagen de la Virgen, la Madre de Dios, la Señora del Cielo. La veneraron como cosa celestial. El Obispo “con llanto, con tristeza, le rogó, le pidió perdón por no haber realizado su voluntad, su venerable aliento, su venerable palabra.” 

Y cuando el Obispo se puso de pie, desató del cuello de Juan Diego la tilma en la que se apareció la Reina Celestial. Posteriormente, la colocó en su oratorio. Juan Diego pasó un día en la casa del Obispo; y, al día siguiente, éste le dijo: «Anda, vamos a que muestres dónde es la voluntad de la Reina del Cielo que le erijan su templo»” 

Juan Diego le mostró los sitios en que había visto y hablado las cuatro veces con la Madre de Dios y pidió permiso para ir a ver a su tío Juan Bernardino, a quien había dejado gravemente enfermo; el Obispo pidió a algunos de su familia para que acompañaran a Juan Diego, y les ordenó que si hallasen sano al enfermo, lo llevasen a su presencia.

Al llegar al pueblo de Tulpetlac vieron que el tío, Juan Bernardino, estaba totalmente sano, nada le dolía; y él, por su parte, estaba admirado de la forma en que su sobrino era acompañado y muy honrado por los españoles enviados por el Obispo. Juan Diego le contó a su tío cómo había sucedido su encuentro con la Señora del Cielo, cómo lo había enviado a ver al Obispo con la señal prometida para que se le edificara un templo en el Tepeyac y, finalmente, como le había asegurado que él estaba ya sano. Inmediatamente, Juan Bernardino confirmó esto, que en ese presido momento a él también se le había aparecido la Virgen, exactamente en la misma forma como la describía su sobrino; y que también a él lo había enviado a México a ver al Obispo; y que le testificara lo que había visto y le platicara la manera maravillosa de cómo lo había sanado, “y que bien así la llamaría, bien así se nombraría: LA PERFECTA VIRGEN SANTA MARÍA DE GUADALUPE, su Amada Imagen.”

Cumpliendo con esta disposición, Juan Bernardino fue llevado ante el Obispo para que contara su testimonio y, junto con su sobrino Juan Diego, lo hospedó en su casa unos cuantos días, de esta manera supo con exactitud lo que había pasado, cómo había recobrado su salud y cómo era la Señora del Cielo.

De una manera asombrosa, ya se había difundido la fama del milagro y acudían los vecinos de la ciudad a la casa Episcopal a venerar la Imagen. Al darse cuenta el Obispo de la gran cantidad de personas que llegaban a ver de cerca lo que había acontecido; decidió llevar la Imagen santa a la Iglesia mayor y la puso en el Altar, donde todos la gozaran; aquí permaneció mientras se edificaba una Ermita en el lugar que había señalado Juan Diego.

Todos contemplaron con asombro la Sagrada Imagen. “Y absolutamente toda esta ciudad, sin faltar nadie, se estremeció cuando vino a ver, a admirar su preciosa Imagen. Venían a reconocer su carácter divino. Venían a presentarle sus plegarias. Mucho admiraron en qué milagrosa manera se había aparecido puesto que absolutamente ningún hombre de la tierra pintó su amada Imagen.” 

Juan Diego se entregó plenamente al servicio de María Santísima de Guadalupe, y le apenaba mucho encontrarse tan distante su casa y su pueblo. Él quería estar cerca de Ella todos los días, barriendo el templo (que para los indígenas era un verdadero honor), transmitiendo lo que había visto y oído, y orando con gran devoción; por lo cual, Juan Diego suplicó al señor Obispo poder estar en cualquier parte que fuera, junto a las paredes del templo, y servirle. El Obispo, que estimaba mucho a Juan Diego, accedió a su petición y permitió que se le construyera una casita junto a la Ermita de la Señora del Cielo. Viendo su tío Juan Bernardino que su sobrino servía muy bien a Nuestro Señor y a su preciosa Madre, quería seguirle, para estar juntos; “pero Juan Diego no accedió. Le dijo que convenía que se estuviera en su casa, para conservar las casas y tierras que sus padres y abuelos les dejaron”.

Juan Diego fue una persona humilde, con una fuerza religiosa que envolvía toda su vida; que dejó sus tierras y casas para ir a vivir a una pobre choza, a un lado de la Ermita; a dedicarse completamente al servicio del templo de su amada Niña del Cielo, la Virgen Santa María de Guadalupe, quien había pedido ese templo para en él ofrecer su consuelo y su amor maternal a todos lo hombres. Juan Diego edificó con su testimonio y su palabra; de hecho, se acercaban a él para que intercediera por las necesidades, peticiones y súplicas de su pueblo. Juan Diego nunca descuidó la oportunidad de narrar la manera en que había ocurrido el encuentro maravilloso que había tenido, y el privilegio de haber sido el mensajero de la Virgen de Guadalupe. La gente sencilla lo reconoció y lo veneró como verdadero santo; incluso, como decíamos, los indios lo ponían como modelo para sus hijos, y no había empacho de llamarlo “Varón Santo”.


6 dic 2021

Adviento y Apocalipsis




Escribe nuestro amable Cardenal Burke:


¡Alabado sea Jesucristo!

Queridos hermanos y hermanas en Cristo,

Me complace enormemente informarles que pronto ofreceré mi primera misa pública desde mi hospitalización el 10 de agosto de este año. Aunque mi rehabilitación sigue siendo un proceso continuo, mi salud ha mejorado lo suficiente como para regresar al Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe en La Crosse, Wisconsin.  

El próximo 11 de diciembre, a las 11 a.m. Hora Central (CT), ofreceré una Misa Pontifical Mayor, de acuerdo con el Uso Más Antiguo del Rito Romano – lo que a menudo se llama la Forma Extraordinaria del Rito Romano – , que será transmitido en vivo por Catholic Answers. Si no puede asistir a la Santa Misa en persona, está invitado a ver la transmisión en vivo. Aunque al día siguiente, el 12 de diciembre, es la fiesta tradicional de Nuestra Señora de Guadalupe, este año cae en el Tercer Domingo de Adviento o Domingo de Gaudete. 

Dado que, de acuerdo con el Uso Más Reciente del Rito Romano – lo que a menudo se llama la Forma Ordinaria del Rito Romano – , una solemnidad – que la Fiesta Patronal es en el Santuario – no puede sustituir a un domingo de Adviento, la celebración de la Solemnidad de Nuestra Señora de Guadalupe, se transfiere, este año, al día siguiente, 13 de diciembre. Por lo tanto, ofreceré la Misa dominical de Gaudete el 12 de diciembre a la 1 p.m. CT, así como la Misa del 13 de diciembre para la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe a las 12:15 p.m. CT, ambas de acuerdo con el Uso Más Reciente. Ninguna de estas misas será transmitida en vivo. Por lo tanto, si usted es libre, se le invita a hacer una peregrinación en el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe para asistir a una o ambas de estas Santas Misas.Dado que el Uso Más Antiguo permite la sustitución de la Fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe por el Domingo de Gaudete, la Misa dominical regular en la Iglesia del Santuario, según el Uso Más Antiguo, el domingo 12 de diciembre, a las 9:30 a.m., será por la Fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe. Uno de los Padres Norbertinos que sirve en el Santuario ofrecerá la Misa. Por mucho que desee que estas liturgias públicas marquen el regreso a mis actividades pastorales habituales, mi rehabilitación debe continuar en el futuro previsible. Continuaré manteniéndote informado sobre mi progreso mientras continúo escribiéndote. 

Para aquellos que deseen recibir mis cartas impresas, el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe las publicará en su boletín mensual, Salve,a partir de enero de 2022.


Ahora, al igual que con mis cartas anteriores a usted, yo, como su padre espiritual, quisiera pasar el tema de una actualización sobre mi salud a un mensaje pertinente para el Año Litúrgico. 

Por lo tanto, ofrezco una breve reflexión sobre cómo el mensaje en la carta del mes pasado sobre las Cuatro Últimas Cosas – Muerte, Juicio, Cielo e Infierno – está conectado con el Tiempo de Adviento y la preparación para la Fiesta de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo que se encarnó en el vientre de la Santísima Virgen María en la Anunciación, el Primero de los Misterios Gozosos del Rosario, que celebramos el 25 de marzo de cada año. En cada Santa Misa de los domingos y otros días festivos, profesamos nuestra fe en la Encarnación Redentora con estas palabras del Credo Niceno-Constantinopolitano: "Por nosotros, los hombres y por nuestra salvación, bajó del cielo, y por el Espíritu Santo se encarnó de la Virgen María, y se hizo hombre". 

O nos inclinamos (Forma Ordinaria) o hacemos genuflexión (Forma Extraordinaria) al decir estas palabras porque expresan el misterio central de la Fe.

El Tiempo de Adviento, que comienza para nosotros este año el 28 de noviembre, es fuerte en gracia para nuestra vida cristiana. De manera particular, el Adviento es una invitación para que nos acerquemos más al misterio de la Encarnación Redentora, el misterio incomparable por el cual Dios hijo tomó nuestra naturaleza humana para salvarnos del pecado y de la muerte por su Pasión, Muerte, Resurrección y Ascensión, y para permanecer con nosotros siempre en la Iglesia. 

El Tiempo de Adviento no sólo nos invita a una mayor intimidad con Cristo – Dios el Hijo Encarnado – en nuestra vida diaria. Nos da la gracia de alcanzar esa mayor intimidad por el bien de nuestra felicidad en esta vida y la plenitud de nuestra felicidad en la vida que está por venir. Cristo encarnado, sentado en la gloria a la diestra de Dios Padre, actúa en medio de nosotros a través de los Sacramentos de la Penitencia y la Sagrada Eucaristía para atraer nuestros corazones cada vez más plenamente a su Santísimo Corazón.

Al mismo tiempo, el Adviento nos prepara especialmente para el Último Día, el día en que Cristo, vivo para nosotros en la Iglesia, regresará en gloria para consumar Su obra salvadora, para inaugurar "cielos nuevos y tierra nueva en la que habita la justicia" (2 Pedro 3, 13). En otras palabras, la Natividad del Señor prepara el camino para "la cena de las bodas del Cordero" (Ap 19,9), en la que hemos sido llamados a participar desde el momento de nuestro bautismo. Cuando el ángel del Señor apareció en los campos de Belén, anunciando a los pastores: "No tengáis miedo; porque he aquí, os traigo buenas nuevas de una gran alegría que llegará a todo el pueblo; porque a vosotros os ha nacido este día en la ciudad de David un Salvador, que es Cristo el Señor" (Lc 2, 10-11), estaba preparando el corazón humano para recibir la invitación del "rey que dio una fiesta de bodas por su hijo" e instruyó a sus siervos a "invitar a la fiesta de bodas a tantos como encuentres" (Mt 22, 2. 9). Si bien vincular la Temporada de Adviento con la Venida Final o Apocalipsis puede parecer amortiguar la naturaleza celebratoria de nuestra preparación para la Fiesta de la Natividad de Nuestro Señor, es de vital importancia para nosotros que la Primera Venida del Salvador esté esencialmente conectada con Su Segunda Venida. La conexión íntima no es una fuente de miedo o tristeza para nosotros, sino más bien de confianza y alegría. La palabra, "apocalipsis", se usa no solo como la palabra de apertura del Libro de Apocalipsis (anteriormente conocido como el




Libro del Apocalipsis),sino que también se usa poco después dela Natividad, en el relato de la Presentación del Señor. Cuando la Virgen Madre de Dios y San José, Padre Adoptivo del Salvador y Verdadero Esposo de María, presentó a Nuestro Señor, poco después de Su Nacimiento, en el Templo, el profeta Simeón tomó al Niño Salvador en sus brazos, declarándolo, "una luz para revelación [apocalipsis] a los gentiles, y para gloria a tu pueblo Israel" (Lc 2, 32). La palabra, apocalipsis, en el idioma griego comúnmente hablado en ese momento (griego koiné) significa una "revelación" o "descubrimiento", por ejemplo, una pareja real que descubre la cara de su hijo recién nacido para su visualización pública o un novio revela la cara de su novia en su ceremonia de boda. 

De manera similar, Nuestro Salvador, manifestando el profundo misterio del Amor Divino, comenzó su Revelación, su Apocalipsis, bajo la luz de la Estrella que invitaba y guiaba a los Reyes Magos "desde Oriente" (Mt 2, 1; cf. Is 49, 12). Cuando los Reyes Magos vieron la luz de la estrella que "vino a descansar sobre el lugar donde estaba el niño... se regocijaron enormemente con gran alegría. Y al entrar en la casa, vieron al niño con María, su madre, y se cayeron y lo adoraron" (Mt 2, 9-11). Clara y maravillosamente, la luz milagrosa de la Estrella reveló, descubrió, reveló la presencia de Dios – Dios el Hijo Encarnado – para la verdadera alegría del hombre y la justa adoración de Dios. Jesucristo es la "luz verdadera, que da luz a todos" (Jn 1, 9), como Simeón había profetizado, y como Nuestro Señor reveló más plenamente en el Libro del Apocalipsis: "Yo soy la raíz y la descendencia de David, la estrella brillante de la mañana" (Ap 22, 16). Que la Luz del Señor ilumine vuestra vida con su gloriosa verdad y amor a lo largo del tiempo de Adviento, que el Papa San Juan Pablo II llamó "un período de intensa formación que nos dirige decisivamente a Aquel que ya ha venido, que vendrá y que viene continuamente" (Audiencia general, 18 de diciembre de 2002). 

Por lo tanto, pasemos este tiempo de fuerte gracia en el calendario litúrgico de la Iglesia preparándonos para celebrar el Nacimiento de Dios el Hijo Encarnado, el Redentor, mientras guardamos en nuestros corazones la alegría que es nuestra al anticipar Su Segunda Venida en el Último Día. Que nuestra observancia del Adviento mantenga ante nuestros corazones la exhortación y la promesa de Nuestro Señor a sus fieles mayordomos: "Que tus lomos estén ceñidos y tus lámparas encendidas, y sean como los hombres que esperan que su amo regrese a casa de la fiesta de bodas, para que puedan abrirse a él de inmediato cuando venga y llame. Bienaventurados aquellos siervos que el maestro encuentra despiertos cuando viene; 
En verdad, os digo, él se ceñirá y hará que se sienten a la mesa, y vendrá y les servirá" (Lc 12, 35-37). 

Implorando a Nuestro Señor, por intercesión de Nuestra Señora de Guadalupe, que los bendiga a ustedes, a sus hogares, a sus familias y a todas sus labores durante este Tiempo de Adviento, yo sigo







Tuyo en el Sagrado Corazón de Jesús y el Inmaculado Corazón de María, y en el Corazón más puro de San José




Raymond Leo Cardenal Burke

 

4 dic 2021

Una Europa excluyente y suicida

Mateo 24 El Señor no tardará


Del la Biblia publicada en Clerus.org



DISCURSO SOBRE EL FINAL DE LOS TIEMPOS


Anuncio de la destrucción del Templo

24 1 Jesús salió del Templo y, mientras iba caminando, sus discípulos se acercaron a él para hacerle notar las construcciones del Templo. 2 Pero él les dijo: «¿Ven todo esto? Les aseguro que no quedará aquí piedra sobre piedra: todo será destruido».
3 Cuando llegó al monte de los Olivos, Jesús se sentó y sus discípulos le preguntaron en privado: «¿Cuándo sucederá esto y cuál será la señal de tu Venida y del fin del mundo?».





El comienzo de las tribulaciones

4 Él les respondió: «Tengan cuidado de que no los engañen, 5 porque muchos se presentarán en mi Nombre, diciendo: “Yo soy el Mesías”, y engañarán a mucha gente. 6 Ustedes oirán hablar de guerras y de rumores de guerras; no se alarmen: todo esto debe suceder, pero todavía no será el fin. 7 En efecto, se levantará nación contra nación y reino contra reino. En muchas partes habrá hambre y terremotos. 8 Todo esto no será más que el comienzo de los dolores del parto.
9 Ustedes serán entregados a la tribulación y a la muerte, y serán odiados por todas las naciones a causa de mi Nombre. 10 Entonces muchos sucumbirán; se traicionarán y se odiarán los unos a los otros. 11 Aparecerá una multitud de falsos profetas, que engañarán a mucha gente. 12 Al aumentar la maldad se enfriará el amor de muchos, 13 pero el que persevere hasta el fin, se salvará. 14 Esta Buena Noticia del Reino será proclamada en el mundo entero como testimonio delante de todos los pueblos, y entonces llegará el fin.


La gran tribulación de Jerusalén


15 Cuando vean en el Lugar santo la Abominación de la desolación, de la que habló el profeta Daniel –el que lea esto, entiéndalo bien– 16 los que estén en Judea, que se refugien en las montañas; 17 el que esté en la azotea de su casa, no baje a buscar sus cosas; 18 y el que esté en el campo, que no vuelva a buscar su manto. 19 ¡Ay de las mujeres que estén embarazadas o tengan niños de pecho en aquellos días! 20 Rueguen para que no tengan que huir en invierno o en día sábado. 21 Porque habrá entonces una gran tribulación, como no la hubo desde el comienzo del mundo hasta ahora, ni la habrá jamás. 22 Y si no fuera abreviado ese tiempo, nadie se salvaría; pero será abreviado, a causa de los elegidos.

23 Si alguien les dice entonces: “El Mesías está aquí o está allí”, no lo crean. 24 Porque aparecerán falsos mesías y falsos profetas que harán milagros y prodigios asombrosos, capaces de engañar, si fuera posible, a los mismos elegidos. 25 Por eso los prevengo.


La manifestación gloriosa del Hijo del hombre


26 Si les dicen: “El Mesías está en el desierto”, no vayan; o bien: “Está escondido en tal lugar”, no lo crean. 27 Como el relámpago que sale del oriente y brilla hasta el occidente, así será la Venida del Hijo del hombre. 28 Donde esté el cadáver, se juntarán los buitres.
29 Inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar, las estrellas caerán del cielo y los astros se conmoverán. 30 Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del hombre. Todas las razas de la tierra se golpearán el pecho y verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo, lleno de poder y de gloria. 31 Y él enviará a sus ángeles para que, al sonido de la trompeta, congreguen a sus elegidos de los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del horizonte.


La parábola de la higuera


32 Aprendan esta comparación, tomada de la higuera: cuando sus ramas se hacen flexibles y brotan las hojas, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano. 33 Así también, cuando vean todas estas cosas, sepan que el fin está cerca, a la puerta. 34 Les aseguro que no pasará esta generación, sin que suceda todo esto. 35 El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. 36 En cuanto a ese día y esa hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre.





Exhortación a la vigilancia y a la fidelidad


37 Cuando venga el Hijo del hombre, sucederá como en tiempos de Noé. 38 En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca; 39 y no sospechaban nada, hasta que llegó el diluvio y los arrastró a todos. Los mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre. 40 De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro dejado. 41 De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y la otra dejada.

42 Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor. 43 Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa. 44 Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada.






La parábola del servidor fiel

45 ¿Cuál es, entonces, el servidor fiel y previsor, a quien el Señor ha puesto al frente de su personal, para distribuir el alimento en el momento oportuno? 46 Feliz aquel servidor a quien su señor, al llegar, encuentre ocupado en este trabajo. 47 Les aseguro que lo hará administrador de todos sus bienes. 48 Pero si es un mal servidor, que piensa: “Mi señor tardará”, 49 y se dedica a golpear a sus compañeros, a comer y a beber con los borrachos, 50 su señor llegará el día y la hora menos pensada, 51 y lo castigará. Entonces él correrá la misma suerte que los hipócritas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes.

El Plan del impaciente chamuco sigue adelante

 Ya a nadie le preocupa el siniestro origen chino del virus, el ataque biológico, la falsa epidemia global, la supresión de toda investigación paliativa, la prohibición de las autopsias, la prohibición y desprestigio de todo tratamiento, la instauración de las PCR que no sirven para la detección exclusiva del virus, el cierre de fronteras que asfixia el comercio mundial de bienes y servicios, la ruina económica de todas las medianas y pequeñas empresas con cierres arbitraros, la inexistencia de un comité de expertos en medicina, economía y seguridad, lo acontecido con los viejitos sedados en los asilos y prados soleados, el cierre de templos, la prohibición de salir de los domicilios, la inconstitucionalidad del cautiverio de los ciudadanos, el regalo de miles de euros sin control, la compra de mascarillas, jeringuillas y resto de equipo médico que nunca llegó, y la inutilidad del que sí lo hizo, la gestión asesina en hospitales y ambulatorios de todos los enfermos de diversas patologías, la prohibición de funerales,  nada parece que importa ya...


Se trata de inyectar el preparado, cuya efectividad hace que requiera otra inyección y la siguiente y la que ya está anunciada y la que sin duda le seguirá...


La inyección crea las variantes víricas en sus víctimas.


¿Quiénes velan por nuestra seguridad?  Los asesinos abortistas  y favorecedores de la eutanasia y el tráfico de drogas, trata de mujeres, inmigrantes... los que viven del dinero ajeno.


¿Qué pretenden? Que te inyectes un preparado experimental cuya investigación está sin concluir bajo el pretexto de la urgencia. Y que dicha inyección sea obligatoria. Campañas de desprestigio y falsedad sobre todos los que no quieren inyectarse o los que defienden que la inmunidad natural es efectiva y superior al experimento genético que llaman "vacuna" y que nadie se atreve ya a refutar como tal.


Controlando los medios de comunicación para que toquen la misma canción en toda la tierra han logrado unos pocos pescar a millones.


Hay países que propagan que las variantes se generan en los vacunados, mantras y dogmas del Plan Satánico del exterminio cierto de la población mundial.


Obligan a llevar mascarillas y ellos en sus reuniones no las usan, obligan a que te inyectes y ellos.. ¿Crees que se han inyectado de verdad ese preparado?


Ahora el objetivo es desacreditar los Estados, arruinarlos, endeudarlos y establecer un gobierno supranacional, porque todo esto prepara la venida del gobierno del Anticristo. Como la desmedida ambición del enano emperador galo que pretendió también coronarse con la tiara pontificia, se busca la unidad de credos en una creencia sin el único Dios que es Trinidad y la divinización del hombre y del mismo autor del Plan, que ocupará los altares cuando sea suprimida la Santa Misa.


Y los santos caerán, triturados por estas bestias, y las ovejas sin pastor se dispersarán, y un pequeño resto no será confundido porque, obedeciendo a la Escritura, permanecieron fieles a lo que oyeron y vieron desde el principio, y no se dejaron engañar por los que salieron de entre nosotros pero no eran de los nuestros.


La paciencia es sin duda la medida de las virtudes. Permanecer, perseverar y orar y hacer sacrificios por los pecadores y tantas almas que están siendo asesinadas desde que sacaron el bicho y lo propagaron por el orbe.


Los hijos del chamuco siguen a ese flautista embaucador, mentiroso y asesino desde el principio... 


Nosotros somos Carne de Cristo, Esposo de la Santa Iglesia, Hijos de la Iglesia.  Velemos porque no sabemos cuándo será el día, los acontecimientos anunciados se cumplen y cumplirán, Su Palabra permanece para siempre. El sufrimiento de Jesús crucificado terminó en la muerte, su amor por la salvación de nuestras almas para que lleguemos al conocimiento de la Verdad es eterno.


LLama de amor del Sagrado Corazón de nuestro amado Redentor y Corredención del Inmaculado Corazón de nuestra Capitana y Madre son nuestro blindaje y refugio seguro en la Batalla que todos tenemos que dar firmes en  Roca, el único cimiento puesto que es Cristo, inocente Cordero de Dios y nuestro Buen Pastor.



seguimos a Cristo siempre como corderos, mansos y humildes.

3 dic 2021

La Virgen y el Niño Dios esperado, no nacido aún

 El Adviento en el Jardín de Mamá es la  Espera, la Esperanza que no defrauda. 


Santa María Siempre Virgen en Estado de Buena Esperanza.


Dulce Mamá, Madre de la Eucaristía,
tus hijos peregrinos, te queremos pedir,
protejas nuestras vidas y en tu vientre
seamos engendrados en el tiempo para
la eternidad